La actual semana ha estado marcada por las elecciones generales holandesas, en las que se preveía una subida del Partido de la Libertad (PVV) hasta alzarse quizás con la victoria en los comicios. Finalmente no fue así y el socialdemócrata Mark Rutte reeditó su victoria de 2012, a la espera de poder formar un Ejecutivo de coalición con las numerosas fuerzas con representación en el parlamento de los Países Bajos.

Las felicitaciones y la alegría de diversos líderes europeos cercanos a la Unión demuestra hasta qué punta era crucial la derrota del líder eurófobo Geert Wilders para los intereses de otras naciones comunitarias, especialmente en un año electoral marcado por las presidenciales de Francia y las generales en Alemania, con partidos de extrema derecha y contrarios a la Unión Europea también implicados.

El auge de este tipo de formaciones o, al menos, de sus postulados parece extenderse por numerosos países occidentales, desde Europa a Estados Unidos. Sin embargo, ¿por qué los partidos de extrema derecha no encuentran apoyo mayoritario en España? El Real Instituto Elcano ha profundizado sobre ello.

En un informe titulado ‘La excepción española: Desempleo, desigualdad e inmigración, pero no populismos de extrema derecha‘, la investigadora Carmen González-Enríquez profundiza sobre algunos de los hechos que, a su juicio, marcan esta disonancia entre España y algunos de sus principales vecinos europeos.

González-Enríquez desglosa la historia de las formaciones de extrema derecha desde la transición y señala algunos factores clave para que estas fuerzas no hayan tenido una mayor representación y no estén experimentando grandes subidas electorales en los comicios recientes:

  • Un débil sentimiento de identidad nacional. El informe destaca que el abuso de los símbolos nacionales durante el franquismo generó un movimiento de respuesta contrario que aún persiste en España, lo que unido a los nacionalismos periféricos ha derivado en que el patriotismo exacerbado no tenga una gran aceptación entre la población española.
  • Dictadura reciente. A este factor ha de unirse además que, algo que comparten los dos países de la Península Ibérica, los autoritarismos de extrema derecha en España y Portugal son muy recientes. Se estima que un 50% de la población con derecho a voto vivió en algún momento de su vida el franquismo, mientras que otras naciones de la UE fueron gobernadas por dictaduras que murieron en los años 40.
  • Escasa oferta política. González-Enríquez subraya en su documento que los movimientos de extrema derecha en España han estado siempre asociados a Falange Española, formación con unos postulados nacionalistas, anticapitalistas y tradicionales que están alejados de lo que la sociedad moderna demanda.
  • Sistema electoral. El sistema electoral español castiga a las formaciones minoritarias con representación nacional, lo que podría haber perjudicado a esta clase de partidos. Aunque la autora aclara que si este fuese el caso, las elecciones europeas corregirían este factor y mejoraría la representación de las formaciones de extrema derecha españolas en los comicios comunitarios, algo que no ha ocurrido.
  • Falta de interés en cuestiones clave para la extrema derecha. La investigadora destaca asimismo que debates muy destacados para el auge de formaciones populistas de derechas, como la globalización, el sentimiento antieuropeo o la inmigración, han sido residuales o inexistentes en el debate público español en los últimos 40 años.

En resumen, González-Enríquez subraya que «a pesar de los duros momentos sufridos por una buena parte de la población española desde la crisis de 2008 y de la pérdida de confianza en las instituciones y partidos tradicionales, es difícil imaginar en España a un partido de extrema derecha, xenófobo, antiglobalización y contrario a la UE gozar de una representación significativa en un futuro próximo».

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